René Lavand
Narra la leyenda que una vez Madrid sucumbiría a raíz de un reencuentro muy especial: el de un experto ilusionista y su público. Por aquello de que para él lo mejor de viajar siempre está cuando se vuelve, pletórico retornaría al que calificaría como un adictivo país. Respetuoso de uno de sus dos basamentos sobre los que sostendría a esta profesión, el público, se adentraría mansa y puntualmente en el auditorio para florear la baraja delante de su pradera, los espectadores del mundo y en particular los 70 de esa noche. Tras los saludos de rigor y el acceso espontáneo de uno de sus maestros, Johann Sebastian Bach y las Variaciones Goldberg, BWV 988, este hombre arrugado, calvo y canoso pero con una vigente prestancia para hablar, respirar y silenciar, imbricaría las 52 unidades de la baraja internacional de póker en una perfecta mezcla americana para luego invitar a una persona de entre el tumulto. La idea, hacerlo partícipe de su juego. El partenaire, cubierto por unas anchas gafas oscuras, se sentaría a uno de los costados de esa mesa que con tan solo un tapete verde y un mazo de naipes presidiría este ilusionista. Para ser más preciso y objetivo, este tomaría un puñado de cartas rojas cuyas figuras ubicaría boca abajo y a su izquierda, y otro puñado de negras que de igual forma depositaría a su derecha. Chequeados cada uno de los paquetes, comenzaría a sacar de arriba y de abajo negras a discreción mientras lo relataba. Repetiría con las rojas. Vencido por la obviedad, con la complicidad de la sala el varón de gafas oscuras entraría a reírse hasta terminar esbozando una lacónica opinión: "Que tontería". De repente, se filtraría de la nada otro miembro del público para invertir sangronamente los paquetes justo cuando el prestidigitador se daba vuelta para pedirle un whisky a la camarera. No obstante, como el protagonista gozaba de muchas horas de vuelo en la disciplina, seguiría obteniendo cartas rojas a su izquierda y cartas negras a su derecha. El malnacido que le había trastocado los naipes exclamaría: "No puede ser". El artista contraatacaría: "¿Por qué?". Impotente, el desconocido le confesaría: "Porque yo recién le cambié los paquetes. No puede ser que usted siga sacando rojas a su izquierda y negras a su derecha". Con asquerosa vanidad, el ilusionista le aseguraría: "Mire señor, tengo mucha práctica en este juego. Por más que altere una, cien o mil veces las cartas, saque yo de arriba, de abajo o del medio, siempre tendré rojas a mi izquierda y negras a mi derecha". "Ya sé", le retrucaría con un dejo de orgullo el cargoso personaje. Completaría: "Tiene las cartas intercaladas una a una". "No, hicimos el chequeo señoras y señores, ¿recuerdan?", argumentaría con voz firme la estrella del evento. Más seguro que nunca, lo convidaría a voltear cualquier carta. "Agarre, intente", le indicaría; "verá que conseguiré rojas a mi izquierda y negras a mi derecha", entretanto proseguía sistemáticamente realizando su rutina. Con más cizaña, quien había copado la parada le plantearía: "¿Y si le cambio de nuevo?". "Cómo no, hágalo", le replicaría el ilusionista. El hombre volvería a cambiar. Sin embargo, su interlocutor continuaría extrayendo cartas negras a su derecha y rojas a su izquierda. "¿Y si le cambio de nuevo?", amenazaría otra vez el fulano. "Cómo no, pruebe", apuntaría el prestidigitador. El obstinado y cegado lo haría una vez más. Pero el amo de la noche más exultante todavía le aseveraría: "Mientras yo quiera carajo, siempre tendré cartas rojas a mi izquierda y negras a mi derecha", y en dos movimientos finiquitaría la cuestión. Dividido por los dominios de la resignación y el asombro, el fulano se reintegraría a su asiento justo cuando una catarata de aplausos invadían el auditorio. En cuanto al postergado de gafas oscuras, recibiría misteriosamente la asistencia de una mujer y entre lágrimas se esfumaría... El prestidigitador, fiel a su estilo, agradecería en varias oportunidades y segundos más tarde comentaría: "Quedó tocado el muchachito", señalando con la mirada a quien había pretendido boicotearle el juego. Tras emocionar con la belleza de lo simple a esos 70 corazones por espacio de una hora y media, el creador y amador de ilusiones se despediría no sin antes poner el alma en una última partida. Presto a retirarse, la señora que al inicio secundara al individuo de gafas oscuras lo abordaría con su compañero y suavemente le preguntaría: "Disculpe, ¿podemos charlar un segundo?, a lo que este con total amabilidad contestaría: "Claro que sí, por favor, dígame". "Mi marido es ciego pero no quería privarse de estar aquí para disfrutar de su show", describiría la mujer. Con el rostro notoriamente sacudido por la gratitud, el cartomago palmearía con su mano izquierda al no vidente al tiempo que le reconocería: "Los ojos del alma de un hombre culto ven más y mejor que los míos y los de muchos. Hoy usted me vio con sus ojos del alma. Lo voy atesorar por siempre. Gracias por tanto". Así, y emulando a uno de sus juegos, René Lavand y sus pintadas y dichosas lágrimas se borraban de Madrid...
"Detrás de un gran hombre hay una gran mujer". Más allá de las connotaciones machistas que se habrían de advertir en este enunciado, o que representase una versión adulterada del original, el efecto de este sofista enfoque golpearía a la perfección en René Lavand. Malabando hacia 1982 con uno de los peores momentos de su vida, descubriría en ese riguroso azar del destino, o como si de otro entrecruzamiento de cartas se tratara, a la principal razón de su revivir. A esa gran mujer detrás de él: Nora Gómez. Por aquellos años, la realidad de René era ciertamente sintomática a la crisis con la que bailaba la Argentina. El país ingresaba en la recta final de una de las etapas más hórridas de su historia, y el actor se ahogaba en su propia hemorragia, esa que lo empujaría con dos divorcios a cuestas a confinarse en su "patria chica", Tandil, bajo un estadio de suma depresión personal y profesional. En ese contexto, un buen día se tropezaría con la cura. Aparecería en su vida Nora... "Al principio nos hablábamos de usted. Nos costaba tutearnos. En la segunda cita me haría un juego de navajas muy bonito. A partir de ahí no nos separamos nunca más", recordaría ella. Él, por su parte, afirmaría: "Me defendí en la guerra del amor con las armas que tenía. Al conquistar a mi mujer, a Nora, me pareció que ese juego de navajas, con cortaplumas que cambian de color, ya me lo había dado todo. Por eso lo abandoné". Buen conocedor y visitante de las tres Américas pero no así de Europa, para 1982 y provocado por Nora, René aterrizaría por primera vez en el viejo continente reimpulsando con ello su estancada carrera. España, y más concretamente sus colegas y amigos Juan Tamariz y Arturo de Ascanio, le abrirían las puertas. En virtud de ese exitoso estreno, las convocatorias se tornarían progresivamente más intensas y recurrentes. Y no solo de España, pues su fórmula alquímica atravesaría fronteras al despertar el interés de otros puntos de la región tales como Portugal, Francia, Gran Bretaña y Alemania, como así de Asia, Oceanía y África. Pero claro, René era un jugador de ventaja. Tenía el comodín de una mujer única. Tenía a la labradora de su alma, como la definiría. Tenía a Nora Gómez, esa gran mujer detrás de este gran hombre...
"Cualquier persona puede hacer complicado lo simple. La verdadera creatividad consiste en hacer simple lo complicado". No muchas visiones se interconectan con todas y cada una de aquellas actividades en las que se demanda de mayor o menor dosis de creatividad. Este mandamiento aspiracional gritado por el músico y saxofonista John Coltrane constituye, sin dudas, uno de ellos. Y como todo surge de la comparación como decía Sócrates, de allí el porqué capital de que hayan malos, regulares, buenos, muy buenos y excelentes...Autodidacta por obligación y vocación, René personificaría esa imperfecta excelencia de las cosas. Su genuinamente pretenciosa postura actoral desnudada con máxima crudeza en la exquisita sonoridad de sus pausas y silencios, sus historias verdaderamente mentirosas sumergidas en la unicidad del lirismo, dramatismo, romanticismo y humorismo, y de las que este argentino se valdría para aclimatar y envolver a los públicos, la autocomplaciente subordinación a sus maestros, Mozart, Beethoven, Vivaldi, Bach, degustados en muchos de esos monólogos, y por supuesto, la belleza de lo simple de sus técnicas y juegos, esos que estimularían el atisbo y el asombro, regalarían ilusiones y robarían más de una lagrima, combinarían no solo a quien haría de esta diversidad la unidad con un supremo manto de creatividad sinigual, sino también al que contradeciría a las leyes de la anatomía humana: a él no le faltaba una mano, ¡le sobraba! La vida y obra de Héctor René Lavandera, arranca de la siguiente manera...
Un 24 de septiembre de 1928, Antonio Lavandera y Sara Fernández concebirían en la ciudad de Buenos Aires a su primer y único hijo, Héctor René. De familia de clase media, su padre se dedicaría al rubro de la zapatería además de ser viajante de comercio, y su madre a la docencia. Hacia 1935, al pequeño lo alcanzaría una secuencia que lo marcaría de por vida. Su tía lo llevaría a un teatro de Avenida de Mayo para un show de magia del panameño Chang, uno de los magos itinerantes más importantes de la primera mitad del siglo XX. Una parafernalia de dragones y kimonos inundando la cuadra, y el desenvolvimiento sobre el escenario con cartas, monedas y pañuelos, lo enamorarían en seguida y para siempre. Desde su butaca, este eufórico niño de tan solo 7 años rogaría: "¡Que lo haga más lento!", ansiando con ello detectar el engaño. Ese fabuloso deseo de que Chang sea su padre para así aprender de él todos los trucos, sería automático. Durante semanas, incluso meses, Héctor René no conversaría de otra cosa que de este mago.
A pesar de ello, al poco tiempo un amigo de Antonio, un tal Luis Guzmán, le enseñaría un juego de cartas con el que Héctor René caería nuevamente impactado. Así, se embarcaría con unción en la práctica de su primer truco de naipes. "Ese truquito se transformó en una composición de 25 minutos", sentenciaría. No mucho después la zapatería del padre quebraría, por lo que el trío se mudaría a Coronel Suárez, una localidad dentro de la provincia de Buenos Aires, donde a su cabeza lo aguardaría otro trabajo.
Hacia febrero de 1937, el jovencito se involucraría en una acción cuyos impiadosos vientos traerían a futuro sus más prósperas tempestades. Era una tarde de calor, época del carnaval, jugaba con unos amigos a media cuadra de casa. De pronto, estos le expresarían: "Vamos a cruzar la calle". A Héctor René los padres le tenían prohibido cruzar solo la calle. Acto seguido, sus amigos dispararían corriendo. Obnubilado por el desafío y llamándose a no ser menos, razonaría: "Yo también voy a cruzar". En plena danza, emergería de la nada, desatento, y a todo velocidad un varón de 17 años a bordo de un auto que le robaria al padre. En fracción de segundos e impedido de frenar, embestiría con brusquedad a Héctor aplastándole el antebrazo derecho con el neumático luego de colisionar contra el cordón. Una vecina se apersonaría raudamente en la casa de los Lavandera para reportar el episodio. Sara, que ya se había inquietando con tan solo escuchar el chirrido de las gomas del coche, se acercaría a la escena y conmocionada pero decidida socorrería a Héctor con la colaboración de los lugareños, para así trasladarlo a una clínica que afortunadamente yacía enfrente. Convencido por la magnitud de la lesión, el médico de guardia dictaminaría la amputación completa del brazo con el fin de evitar la gangrena. En ese instante, alguien se opondría al refutar que se debía esperar por el doctor Patané. Patané le salvaría parte del brazo, no así la mano. Amputaría partiendo del codo: dejaría un muñón de once centímetros. Héctor era diestro. Acababa de perder su mano hábil. Esa con la que escribía, comía y hacía los trucos que sorprendían a sus amistades y familiares. La rehabilitación duraría alrededor de un año. Para apalear el trauma, se refugiaría en las cartas. Sin embargo, domar esos cartones pintados que no paraban de besar el piso le requeriría tiempo. Por tanto, para desarrollar habilidad con su mano izquierda practicaría tenis de mesa, pelota paleta, y esgrima...
A sus 14 años, los padres optarían por marcharse de Coronel Suárez al no poseer escuelas secundarias, rumbeando así hacia la ciudad serrana de Tandil, provincia de Buenos Aires. Su adolescencia circularía por los carriles de la aceptación y el entusiasmo: colegio, amigos, naipes... No habría sucesos tristes o que ameriten su recuerdo. Eso sí, el padre le subrayaría: "Al primero que te diga manco de mierda le rompes la cara que yo te saco de la comisaría". En ese lapso, un tal Leonardi, aficionado a la magia, le facilitaría algunos trucos y le obsequiaría un libro, Secretos de Cartomagia de Joan Bernat y Esteban Fábregas. Cada noche, al regresar al hogar, Antonio contemplaría a su hijo absorto en las páginas del libro. Lastimosamente, las técnicas estaban trazadas para magos con dos manos. Nadie consideraría la posibilidad de un mago con una sola mano, mucho menos que deslumbrara...
Con esa congénita tenacidad de los que más tarde o más temprano prevalecen, este autodidacta finalizaría el secundario ya sin complejos y con una mano que le respondería con cierta obediencia y docilidad. A eso de los 20 años, retomaría el juego con que el amigo del padre lo había ilustrado. "Le metí de todo, fundamentalmente el alma y el esfuerzo. Envejeció conmigo", explicaría entre rizas. Un día, a sus 22 años, la madre lo encararía mientras este se ejercitada con los naipes y lo alertaría: "Hijo, eso de la barajita está muy lindo pero hay que ir pensando en hacer algo en esta vida".
En 1950, Héctor se uniría como cadete al Banco Nación de Tandil. Permanecería por diez largos años y hasta jubilarse. "A la bóveda no me dejaban entrar", bromearía alguna vez en el programa televisivo Cordialmente, de Juan Carlos Mareco. Allí vendería seguros, escribiría a máquina, llevaría papeles, contaría dinero, y dispondría de un escritorio. En uno de los cajones, sí, su amado y leal mazo de cartas. Cuando el salón se vaciaba de clientes, Lavandera pelaba la baraja delante de sus compañeros, quienes entre cigarrillos y pocillos de café se encerraban un lindo rato observando pasmados cómo este cadete meneaba esas cartas.
En 1955 Antonio fallecería de un cáncer, por lo que los compromisos de la casa, y de las deudas que la salpicaban, se rendirían sobre él.
Aún como amateur, en el Hotel Continental de Tandil brindaría su primer show masivo: 50 personas, entre las que se hallarían amigos del trabajo y del club de esgrima, se entregarían sin resistirse ante la belleza de sus trucos, sus historias, y ese porte que con todo y una sola mano ya esparcía el aura de su encanto. Le sucederían el Palace Hotel y la universidad...
Profesionalismo
En 1961, el argentino ganaría una competencia en la especialidad de manipulación de cartas, y tras ello le arrimarían la opción de irrumpir en Buenos Aires. Se rebautizaría René Lavand para evidenciar un título de apariencia francesa, ergo, de elegancia, y se presentaría en el programa televisivo El Show de Pinocho, de Juan Carlos Mareco, el cual sabría arañar los 60 puntos de raiting, y donde abrazaría la popularidad. De allí y sin escalas, los teatros Tabarís y El Nacional de Avenida Corrientes.
Con su mano derecha en el bolsillo, gradualmente haría de sus juegos y labia un sello identificatorio. Jamás se abstendría de invocar a figuras nacionales o foráneas tales como Jorge Luis Borges, Miguel de Unamuno, Homero Manzi, José Ortega y Gasset, José Ingenieros, Pablo Picasso, Ludwing van Beethoven, Johann Sebastian Bach, entre muchas otras.
A la hora del guion de sus relatos, los cuales recubrirían a esos juegos con un emotivo sesgo melodramático, poético, romántico o cómico, se sustentaría en las sugerentes composiciones labradas en muchos de los casos por sus amigos Rolando Chirico y Ricardo Martín. Estilizado por una innata e inquebrantable actitud de artista escénico cuyos más suculentos recursos, tal vez, acusarían al compás de sus efusivas pausas y silencios, y por la musa insuperable de la música de sus maestros, Bach, Beethoven, Mozart, Vivaldi, Luciano Pavarotti, etc., con la que ambientaría a los números, ante el implacable lente de la cámara y con una lentitud tan exasperante como fascinante propia de alguien que no podía hacerlo más lento, paulatinamente traería a colación al gitano Antonio, al griego, al cumanés, a un pistolero del lejano oeste americano, a Victorio de Pardú, al árabe "Mac tu" ("está escrito"), a Pigmalión, o al poema del chino Li Po para su rutina de las tres migas, esa en la que una y otra vez volcaría tres migas de pan en un pocillo de café aun cuando un segundo antes se guardara una al bolsillo o se la arrojara a sus testigos, por mencionar solo algunas de esas varias historias que mecanizaría en una infinidad de ocasiones.
Entre 1962 y 1963 recorrería y cautivaría América Latina, México, donde efectuaría una temporada en teatros, televisión y night clubs, y Estados Unidos. Girando por este país, llamaría la atención del productor del programa de Ed Sullivan, quien lo colocaría por unos minutos en este aclamado show de una hora, visto por aproximadamente 50 millones de telespectadores. "Nunca olvidaré la cara de Sullivan y de quienes lo rodeaban. Un norteamericano llevando a la televisión a un prestidigitador manco. Era como presentar a un bailarín negro", expondría cierta vez. Posteriormente lo buscarían de The Tonight Show, de Johnny Carson, un ciclo de comedia, entrevistas y actuaciones que empezaba por aquellos días.
Esquivada un severo declive personal y profesional, arreado por Nora, su reciente mujer, la tercera, hacia 1982 desembocaría en Europa. Sus amigos y colegas españoles, Juan Tamariz y Arturo de Ascanio, de quien se enriquecería mucho, le proporcionarían de una serie de ofertas e invitaciones para desplegarse en conferencias, seminarios, salas, teatros, y programas de televisión.
Rápidamente, su brillantez resonaría en otras partes de Europa, las cuales apostarían por él incluso sin captar la elocuencia de sus mensajes. En razón de ello, se movilizaría en diversos y reiterados períodos hasta Inglaterra, Alemania, Portugal y Francia, como así Japón. Pese a las ostensibles diferencias culturales con estos territorios, auspiciado por la más absoluta confianza, los embrujaría con sus técnicas y juegos en conferencias, seminarios y otros actos privados. Para fines de los años 80 ya era una superestrella internacional con periódicas presentaciones por Europa, Las Vegas, o el Castillo Mágico de Hollywood, donde el mítico Dai Vernon, entre otros prodigiosos magos, prestaría legendarios shows.
Deleitando a los franceses. "No se puede hacer más lento".
En 1992, el tahúr lidiaría con el incidente más incómodo y apremiante de su vida profesional. A través de su representante, quien le extendería la propuesta comercial, lo contratarían para un show en un hotel alojamiento cinco estrellas de Cali, Colombia, sin saber que aquel al que debería de entretener sería ni más ni menos que Gilberto Rodríguez Orejuela, el capo del cartel de Cali. Sus invitados, varios artistas y aquellos a los que se le encomendaría el cuidado de Orejuela: unos veinte sicarios armados con un arsenal. "Con el susto del caso, me demostré a mí mismo que tengo temple. Tuve que actuar para un señor y disimulé el susto muy bien".
En 1994, 1996 y 2001, el argentino se apropiaría de los corazones portugueses en el programa televisivo del ilusionista local Luis de Matos. Su última actuación pública la ejecutaría en Lugo, España.
Cabaña-laboratorio
Al retornar de unos de los viajes por México, Lavand le compraría al doctor y botánico Gilberto Urcelay su quinta de Tandil. Uno de los grandes éxitos de la baraja tal como lo rotularía. Ubicada en una esquina del barrio Uncas, o "cerca del faro del fin del mundo" como presumiría Lavand, y a cinco minutos del centro de la ciudad, en Milagro Verde pasaría el resto de la vida. Amante del buen vino, esta quinta de media hectárea rodeada por senderos bifurcados, vegetación, setos, plantas, pajaros, flores, árboles y cinco diminutas cascadas de agua, reuniría además una vinoteca elaborada por paños fijos y ventanas amplias; un Pata de Fierro; una cabaña de catorce tipos de maderas donde se instalaría con Nora; y otra dependencia contigua la cual en honor a España René denominaría "El soco" (lugar de encuentro). No faltarían perros, gatos y peces de colores.
En lo que a su laboratorio se refiere, la leyenda lo estructuraría con tan solo un tapete verde y una baraja, los cuales distribuiría por la cabaña, el Pata de Fierro, "El soco" y otros puntos de la quinta... De este ámbito reservado para la creación y producción, admitiría: "Cuando se me ocurre algo necesito que el paño verde más cercano me reciba para no perder el detalle. Eso es mi laboratorio".
Muerte
Un sábado 7 de febrero de 2015, René Lavand fallecería en la Nueva Clínica Chacabuco de Tandil, a causa de una neumonía por la que se lo hospitalizaría el día anterior. Tenía 86 años. La Municipalidad decretaría tres días de duelo en honor a su embajador cultural.
Nunca se retiraría de la baraja. De hecho, ensayaría con ella hasta los últimos días. Dejaría a cuatro hijos: Graciela y Julia de su primer matrimonio con Sara, y Lauro y Lorena del segundo con Norma, y cuatro nietos. Desde 1982, la docente Nora Gómez, con la cual se chocaría por las calles de Tandil, se ordenaría como su tercera mujer.
Reconocimientos
- El 15 de diciembre de 2012, la ciudad de Tandil lo homenajearía con una estatua tendida en los jardines del Palacio Municipal.
- Tandil lo designaría ciudadano ilustre y lo reverenciaría con una muestra permanente.
- En 2012, Italia le ofrendaría el galardón Grulla de Oro por su notable trayectoria.
- En abril de 2014, el Senado argentino lo distinguiría en el Salón Eva Perón de la Cámara Alta con la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento.
- El 7 de febrero de 2018, conmemorando el tercer aniversario de su partida, se inauguraría una muestra conocida como Ilusion. La misma se celebraría en el Museo de Bellas Artes de Tandil y se prolongaría hasta el 25 de febrero de ese año.
- Premio a la Trayectoria de la Academia de Artes Mágicas.
- Forma parte del Salón de la Fama en el Castillo Mágico de Hollywood, el club privado y nocturno para ilusionistas más inusual del mundo, así como la Academia de Artes Mágicas.
Datos de color
- Otro programa en el que se pronunciaría con su arte: Sábados circulares, de Nicolás Pipo Mancera (emitido entre 1962 y 1974). Asimismo, gestionaría su propio ciclo: Mano a mano con René Lavand.
- "No tuve apoyo de mi padre. Tuve un impulso que no lo frenó ni siquiera el carácter fuerte de mi padre cuyo gesto recuerdo imborrablemente. Una cara de desasosiego al ver que yo jamás podría hacer lo que estaba tratando de hacer. Por suerte se equivocó".
- René aceptaría haber sido jugador de joven. "Jugué por monedas, no había más que eso. Cuando empecé a adquirir técnicas me dije que esto no era para mí. Si ganaba iban a a sospechar y si perdía me iban a a tomar el pelo. Hasta eso le debo al arte que practico".
- En 2002, Lavand se sumaría a la industria del cine. Interpretaría a un veterano dueño de un bar y villano de barrio, en la película Un oso rojo, dirigida por Adrian Caetano. A la leyenda lo nominarían al premio Cóndor de Plata de la Asociación de Críticos Cinematográficos de Argentina, como Mejor Revelación Masculina.
- En 2013, el festival BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) lanzaría su película-documental El gran simulador, de Néstor Frenkel, en el que se cuenta su vida y se lo entrevista.
- Aparecería como personaje en la novela Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez.
- Un grupo de tango argentino lo agasajaría con un tema: No juegues al póquer con René Lavand.
- Más allá de no haberse sentido influido por nada ni por nadie, vería en Arturo de Ascanio a un creador, pensante y escritor del que aprendería mucho.
- Entablaría una gran amistad con el ilusionista inglés Fu-Manchú al radicarse este en Buenos Aires para su etapa final de vida. "Me nutrí de su experiencia", diría Lavand.
- René escribiría ocho libros de técnicas para una sola mano, y editaría varios videos solo para Estados Unidos.
- "Mi sueño en la juventud era el hogar y lo he logrado".
- Jóvenes de todas partes del mundo expulsarían su apetito por erigirse en discípulos de René. El profesor y leyenda, no obstante, sería muy selectivo. Dos de ellos, el ilusionista y escritor Jansenson, y el periodista e ilusionista José Ignacio Fosco, con quien entre otras cosas redactaría el libro La belleza del asombro. "Yo no puedo enseñarle nada a nadie, solo mostrarle", recalcaría...
- La mezcla falsa o mezcla Fosco la inventaría su discípulo José Ignacio Fosco. A él le debería su implementación.
- Se autocalificaría como un hombre de mal carácter.
- "Mi vida fue una adaptación y creatividad permanente en todo, y totalmente obligada".
- "La verdad es que leo poquísimo. Soy un contrabandista de frases. Estoy atento, escucho, recuerdo", asentaría.
- Solía coleccionar sombreros y bastones en su cabaña de Tandil.
- "Había terminado la guerra. La patrulla en retirada. Un soldado solicita permiso al capitán para volver al campo de batalla en busca de un amigo. El capitán se lo niega. 'Es inútil que vayas, está muerto'. El soldado desobedece la orden y va por su amigo. Regresa con él en brazos. Muerto. 'Te dije, era inútil que fueras'. 'No mi capitán, no fue inútil. Cuando llegué aún estaba con vida y solamente dijo: 'sabía que ibas a venir'", uno de sus relatos más conmovedores.
- El ilusionista estadounidense David Copperfield, capaz de desaparecer la Estatua de la Libertad por televisión, viajaría a Lausanne, Suiza, para conocer a René Lavand, de quien profesaría su admiración. "Me hizo sentir muy halagado. Por más que Copperfield no tenga nada que ver con lo que yo hago. Él viaja con toneladas de equipaje y yo con cincuenta gramos, lo que pesa una baraja. Él viaja con miles y miles de dólares en materiales, y yo con cinco dólares, que es lo cuesta una caja de cartas".
- "Mis referentes han sido Juan Tamariz, Arturo de Ascanio, Dai Vernon, Tony Slydini..."
- En una entrevista de 2009 para La Nación, se sinceraría: "Soy un hombre de reacciones. Un paranoide. Soy un hombre que ha tenido un accidente duro, que ha tenido una castración a los nueve años, y reacciona en consecuencia".
- Escribiría sus memorias, Barajando Recuerdos.
- "Amo la música. Soy un melómano. Una buena melodía y una rica comida, qué mejor combinación".
- René modificaría un clásico juego de close up, Agua y aceite, para convertirlo en una de sus obras de arte más vitoreadas y que más exacerbaría a la mismísima lentitud de la composición. En "No se puede hacer más lento", como nombraría a su versión de Agua y aceite, Lavand acuñaría un nuevo término para el ilusionismo:la técnica de la lentidigitación; o sea, la flemática manipulación de las cartas. Tres cartas rojas y tres negras que, echadas una y otra vez de forma alterada, se enfilarían juntas, magnéticamente y sin descanso, las tres rojas por un lado, las tres negras por el otro, con un in crescendo en cuanto a su lentitud cuasi eterno.
- "¿Por qué querer saber por qué la roza? Está la roza".
- Hasta los no videntes concurrirían a los shows de René Lavand.
- Penetraría en los cinco continentes con sus conferencias, seminarios, shows en salas, teatros, televisión...
- "Si descubren mis secretos, habrán matado su propia ilusión".
- Hacia el ocaso de su vida, revelaría la argucia de sus juegos. "Es mi legado para que el día de mañana la muerte no se lo lleve todo...".
- Trabajaría hasta en una cárcel de presos de la ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires.
- Se consideraría ateo. "Si hay un Dios y ve tanta miseria humana debe ser un Dios malo dado que es Dios y podría corregir la cosa con más facilidad...", espetaría en una entrevista.
- Con la ayuda de la tecnología de las cámaras, haría un contrapunto entre ambas manos. Allí se reencontraría con su mano perdida...
- "La cosa no está en lo que se hace sino en cómo se hace. La cosa no está en lo que se dice sino en cómo se dice. Y por sobre todo, cómo se mira cuando se hace y se dice".
- "Lo mío se ha basado en la belleza de lo simple. Que difícil es llegar a lo simple en esta vida. Creo que con las tres migas de pan y en alguna otra cosa más lo he logrado".